Estoy viviendo (3)
Irene se había ido
sobre las ocho. Yo me había quedado esperando a Carlos, que hacía el turno de
ocho y media hasta las doce entre semana. Siempre me preguntaba como podía
sobrellevar una persona tres trabajos simultáneos.
Carlos era… ¿cómo
decirlo? Solía trabajar los fines de semana en un club de strippers, de
camarero. Había ido varias veces a verle, y era increíblemente gracioso con el
pecho desnudo, depilado, y una pajarita en el cuello. Era gay, y demasiado
orgulloso de serlo, así que sentía ese trabajo como corriendo de las venas.
Las mañanas de los días
laborales trabajaba como fontanero, y por qué no decir que se aprovechaba de
vez en cuando de ese oficio. Después llegaba a su casa, comía, dormía, y se
despertaba para hacer su turno de noche. Terminaba, volvía a casa, dormía, y se
despertaba para seguir arreglando tuberías. Y cada fin de semana, diez horas en
un club de strippers.
Carlos probablemente
trabajaba más de 50 horas a la semana, pero nunca le había escuchado quejándose
del tiempo que tenía que trabajar. Para él, trabajar era su vida, y la vuelta a
casa tan solo un descanso.
-¡Buenas noches,
guapa! Perdona por el retraso, me he quedado durmiendo – dijo Carlos entrando
por la puerta. No era un gay de esos que sueltan tanta pluma que harían falta
tres barrenderos detrás para recogerla, simplemente era simpático. Aunque no
puedo decir que no me metiese un poco con él de vez en cuando.
-Hola, corasón – le dije. Él me miró entrecerrando los ojos y
se giró para ponerse el delantal -. Me quedaría un rato a hablar contigo, pero…
-¡Oh, venga! Es
jueves, ni tienes que salir ni tienes que quedarte en casa, ¿qué te importa?
Además, hoy estoy sólo, podrías ayudarme…
-Si hombre, eso sí
que no. ¿Horas extras? ¿Y cuándo se supone que las cobro? – le dije en tono
desagradable mientras él se reía
-Ay, chica, que
susceptible estás – dijo, cruzando los brazos por encima del pecho -. Está
bien, vete, pero que sepas que has herido mis sentimientos.
-Sí sí, ahora hazte
la víctima – le dije, y le di un beso en la mejilla antes de irme.
-¡Que sepas que tenía
una cosa muy importante que contarte! – me gritó cuando estaba a punto de salir
por la puerta.
-¡Hablamos el lunes,
chica! – le dije, dándome la vuelta y lanzándole un guiño.
Estuve a punto de
volverme a casa andando, como todos los días, pero recordé que había venido en
el coche de Tania. Tanteé mi bolsillo derecho del pantalón para comprobar que
las llaves seguían allí y me dirigí hasta el coche.
-Que gustazo volver a
casa en coche. Andando hubiera tardado casi media hora – susurré para mi misma.
Al entrar en el coche
y sentarme me di cuenta de que había un folio doblado en el asiento del
copiloto. Intenté recordar si estaba allí cuando me senté al salir de casa,
pero no recordaba ningún papel ahí. Lo cogí y vi que apenas había un número de
teléfono apuntado en un borde del papel.
-Será de Tania – me
dije, y arranqué.
¿Pero cómo ha
llegado hasta ahí? me preguntó
mi subconsciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario