25/8/12

Capítulo 8


Estoy soñando (2)
Esa vez, al abrir los ojos, no había ninguna voz explicándome o comentando algo estúpido sobre aquel lugar, ni siquiera escuché al chico de la izquierda que me lo había contado todo. Ese momento fue un poco más duro.
Despertar en aquella tierra no era tarea sencilla, porque apenas podías moverte. No es que hubieras estado durmiendo en el suelo y te levantases con dolor muscular y varias contracciones, es que directamente dormías sentada, dando tumbos cada dos minutos por la inestabilidad de tu cuerpo, y absolutamente preocupada por si podías despertare y descubrir que estabas mirando fijamente a los ojos de la nada. Pero, quién sabe, aquello tampoco era dormir.
Cualquiera habría afirmado que sí al verme intentándolo, pero yo pienso que más bien me desmayé. O perdí la razón, o intenté soñar con otra cosa. Pero aquello no era dormir, porque entonces me hubiera sentido cansada tarde o temprano, y no había tenido ningún malestar físico desde que “llegué”.
La cuestión es que al “despertar”, el mundo cayó de repente sobre mis hombros. Reparé en que las horas que me había pasado durmiendo había podido moverme sin dificultad, así que quizás era por fin dueña de mi propio cuerpo. Pero razonar en eso sólo hizo que empeoraran las cosas. Al intentar mover el brazo, este accedió y un terrible calambre muscular me recorrió el cuerpo de la mano al fin de la columna vertebral. Estuve a punto de gritar de dolor, pero me contuve; tenía algo de miedo. Mi cuerpo estaba absolutamente sobrecargado. Los brazos me pesaban más que nunca, las piernas me dolían a la misma vez que los pies me hormigueaban de lo poco que los había movido. Mi espalda tenía más contracturas que nunca, casi hubiera podido decir que me había roto cada vértebra. Las caderas me pesaban y las piernas estaban casi agarrotadas. Los ojos me lloraban y picaban, y tenía un pitido incesante en los oídos. No pude contenerme más y solté un pequeño gritito.
Empecé a estirarme con los ojos cerrados, teniendo cuidado por si los abría en momento equivocado o me movía más de la cuenta. Fui relajando cada parte de mi cuerpo como pude, hasta los dedos de los pies, sin apenas darme cuenta que había un niño de unos 4 o 5 años algunos palmos a mi derecha que avanzaba despacio hacia el prado. En cuanto terminé de estirarme y vi a aquel niño, estuve a punto de gritarle algo, pero supe que se daría la vuelta y no habría vuelta atrás.
Pensé que hacer. Podía acercarme hacia él, pero eso sólo me empeoraría a mi. Podía buscar ayuda pero, ¿a quién?
Me vino a la mente una vieja canción, algo que podría hacer que se diese cuenta que estaba ahí sin asustarle. Empecé a tararearla en voz baja y el niño paró en seco. Sé que ambos teníamos miedo.
-Hola muchacho, sé que estás asustado pero tienes que confiar en mi. Ahora mismo no puedes girarte porque… - no quería decirle que podía morir simplemente por darse la vuelta, era demasiado para el chico -. Porque estoy desnuda. Seguro que tu madre te ha dicho que no hay que molestar a las señoritas cuando están en el baño, ¿a que sí?
El chico seguía impasible, pero cerró las manos en un puño, así que seguí hablando.
-¿A que esto es muy raro? Pero no tienes que tenerle miedo. Es como mi casa, ¿sabes? Y has llegado justo cuando me estaba cambiando, por eso no quiero que te des la vuelta. Si te sientas y me contestas puedo contarte cosas sobre este lugar. Conozco historias muy divertidas que contarte.
Yo cada vez tenía más miedo. Temía que saliese corriendo o que se diese la vuelta, o que simplemente me ignorase completamente. Le había mentido descaradamente, pero era tan pequeño que no hubiera podido decirle otra cosa y que se quedase quieto.
-Siéntate, anda – le dije con voz dulce, pero él ni se inmutó. Ya no sabía que hacer, tenía cada vez más miedo.
Tardó algún tiempo en sentarse, y cuando lo hice exhalé un suspiro.
-¿Te gustan las historias? Porque tengo una muy bonita sobre aquel mar de allí, pero no puedes girarte porque aún estoy desnuda y no puedes correr hacía allí sin que haya terminado la historia, ¿vale? – dije. Él no contestó, pero yo seguí hablando – El otro día estaba dándome un baño en aquellas aguas porque hacía mucho mucho calor…
Y el niño salió corriendo. Se levantó de un brinco y salió corriendo. Y lo que me hizo darme cuenta de que no podía escucharme, porque nada que estuviese detrás suya existía para él, fue que no se dirigió al mar, ni se dio la vuelta. Corrió hacia la valla, como si no me hubiera escuchado. Porque no me estaba escuchando.
En pocos minutos me tapé los ojos con las manos mientras él gritaba de dolor y desaparecía.
-La primera vez es duro – afirmó una voz familiar a mi izquierda-, es una pena que te haya tocado un niño. No quería interrumpir porque hay cosas que tienes que descubrir por ti misma, y veo que lo has hecho bien. Lo siento, pero todos los que seguimos aquí hemos pasado por eso.
-¿Por qué coño no me has dicho nada? ¡Era sólo un niño, estaba incluso más asustado que yo! - grité enfadada.
-Porque cuando yo vine aquí no había nadie que me explicara qué estaba pasando - contestó con calma-. Así que deberías agradecerme por contarte todo lo que sé y no enfadarte conmigo porque quiera que descubras cosas por ti misma.
-Pero él sólo tenía 4 o 5 años... - dije avergonzada.
-No era de los más pequeños.
Su afirmación me hizo quedarme sin voz, y con ganas de correr hasta llegar al final de ese sitio.
Pero me quedé quieta y cerré los ojos otra vez.

21/8/12

Capítulo 7


Estoy viviendo (4)
Aparqué el coche un poco lejos de casa, pero no me importó demasiado. Cogí el papel con el número del asiento del copiloto para preguntarle a Tania si era suyo .
-¿Hola? – dije nada más abrir la puerta. Nadie contestó, pero la puerta no estaba cerrada con llave y la luz de la cocina estaba encendida, así que me imaginé quienes dos estarían en la habitación.
Como no podía entrar a mi cuarto (porque también era el cuarto de Tania y teníamos una norma que… Bueno, básicamente, mi presencia sobraba un poco en ese momento) ni preguntarle a Tania de quién era ese número, me senté en el sofá. Encendí la televisión, cogí algo de sobras de la nevera como casi todas las noches y estuve haciendo zapping un buen rato. Pero la verdad es que no le presté demasiada atención a la televisión ni a la comida.
Al poco tiempo me di cuenta de que no hacía ni frío ni calor, que se estaba demasiado a gusto, y me decidí a dar una vuelta por el barrio.  Había anochecido y no había casi luna. Iba a salir sólo con las llaves, pero cogí el folio y el móvil en el último segundo.
Estuve dando algunas vueltas por la calle hasta que llegué a un parque. La mayoría de las farolas estaban casi apagadas, por no hablar de las que estaban totalmente oscuras. Había varias personas paseando a perros, algunas parejas empalagosas y dos o tres amigos en un banco hablando en voz baja (lo que no voy a decir que no me extrañó).
Llevaba una chaqueta fina, y saqué de uno de sus bolsillos el papel con el número.
-¿Y si llamo? – pensé – Me ahorraría tener que preguntarle a Tania, además igual me llevo alguna sorpresa.
Me quedé unos minutos más pensando con el papel encima de mis muslos, pero terminé sacando el móvil  y marcándolo.
El teléfono sonó varias veces antes de que la llamada se cortase. Lo dejé a mi derecha y suspiré un poco.
-Pero, ¿se puede saber que te esperabas? – me dije - ¿Que contestara un chico con una voz súper seductora y en dos días estuvierais súper enamorados? Me parece a mi que imaginas demasiado. Seguramente sea el número de un publicista de Tania, o algún bloggero o diseñador web que prometió llamar y se le ha olvidado su número en el coche, nada más.
Me di una palmada fuerte en la frente de “recompensa”, arrastré mi mano por el pelo y cogí el móvil. Miré el papel y estuve a punto de arrugarlo y tirarlo al suelo, pero recordé que era de Tania y que quizás (sólo quizás) le fuera útil. Me levanté el banco sin ganas y guardé ambas cosas en mis bolsillos.
Eran casi las diez y media, pero no me importaba demasiado la hora. Empecé a avanzar hacia casa despacio, sabía perfectamente que Tania y Mario se quedarían allí hasta que yo tuviera que echarlos, pero no tenía demasiada prisa.
En el fondo quería alargar la vuelta a casa lo suficiente para ver si ese alguien me devolvía la llamada.

16/8/12

Aviso!

Hola a todos y muchas gracias otra vez por pasaros por aquí :D
Hago esta entrada porque voy a estar dos semanas fuera y teóricamente no podré publicar nada.
La suerte es que con blogger puedo programar las entradas, así que he dejado dos capítulos para que se publiquen en las próximas semanas. Los dos serán a las 12 del mediodía del 21 y el 25.
Voy a intentar escribir otro esta tarde para que se publique sobre el 29 / 30, pero no os aseguro nada.

Es sólo avisaros por aquí para que sepáis que hay capítulos nuevos ya que no voy a poder avisaros por tuenti :)

Un último gracias y espero que os gusten! :3

13/8/12

Capítulo 6


Estoy razonando (2)
Un recuerdo, ¿eh? Qué curioso. Suena algo así como si hubiera tenido un accidente y hubiera perdido la memoria, pero sólo de algunos meses o años. Pero todo eso es lo que ocurre en las películas, y al final o recupera la memoria o se vuelve a casar con el mismo chico…
Por lo que tampoco tendría sentido mi historia. ¿De qué me sirve recordar algo si parece que nadie ha notado que pasó?
Sinceramente, no creo que sea un recuerdo. Igual es una mezcla de muchos recuerdos, de libros o películas que he visto hace demasiado tiempo. Lo de la nada quizás esté demasiado visto. Y el sol gigante. Y el recurso del tiempo.
Joder, ya me acuerdo de la conversación del sueño. Bueno, más o menos. Era algo así como que un montón de tiempo allí es como un segundo aquí. Es… Realmente horrible. Pasarse dos días en el infierno y que apenas haya sido media hora en la vida real, ¿te imaginas? Eso sí que tiene que ser un infierno. Como trabajar una semana allí para que termine tu turno aquí.
Pero, pensándolo bien, seria aún más horrible al revés. Imagina que medio minuto allí son dos horas aquí. Igual sueñas dos horas y te despiertas y han pasado cinco días. O sueñas una noche entera y ha pasado casi un mes desde que te dormiste. Eso seria verdaderamente horrible.
 Al fin y al cabo sólo es un sueño, sigo sin saber por qué le doy tanta importancia al asunto.

Capítulo 5


 Estoy viviendo (3)
Irene se había ido sobre las ocho. Yo me había quedado esperando a Carlos, que hacía el turno de ocho y media hasta las doce entre semana. Siempre me preguntaba como podía sobrellevar una persona tres trabajos simultáneos.
Carlos era… ¿cómo decirlo? Solía trabajar los fines de semana en un club de strippers, de camarero. Había ido varias veces a verle, y era increíblemente gracioso con el pecho desnudo, depilado, y una pajarita en el cuello. Era gay, y demasiado orgulloso de serlo, así que sentía ese trabajo como corriendo de las venas.
Las mañanas de los días laborales trabajaba como fontanero, y por qué no decir que se aprovechaba de vez en cuando de ese oficio. Después llegaba a su casa, comía, dormía, y se despertaba para hacer su turno de noche. Terminaba, volvía a casa, dormía, y se despertaba para seguir arreglando tuberías. Y cada fin de semana, diez horas en un club de strippers.
Carlos probablemente trabajaba más de 50 horas a la semana, pero nunca le había escuchado quejándose del tiempo que tenía que trabajar. Para él, trabajar era su vida, y la vuelta a casa tan solo un descanso.
-¡Buenas noches, guapa! Perdona por el retraso, me he quedado durmiendo – dijo Carlos entrando por la puerta. No era un gay de esos que sueltan tanta pluma que harían falta tres barrenderos detrás para recogerla, simplemente era simpático. Aunque no puedo decir que no me metiese un poco con él de vez en cuando.
-Hola, corasón – le dije. Él me miró entrecerrando los ojos y se giró para ponerse el delantal -. Me quedaría un rato a hablar contigo, pero…
-¡Oh, venga! Es jueves, ni tienes que salir ni tienes que quedarte en casa, ¿qué te importa? Además, hoy estoy sólo, podrías ayudarme…
-Si hombre, eso sí que no. ¿Horas extras? ¿Y cuándo se supone que las cobro? – le dije en tono desagradable mientras él se reía
-Ay, chica, que susceptible estás – dijo, cruzando los brazos por encima del pecho -. Está bien, vete, pero que sepas que has herido mis sentimientos.
-Sí sí, ahora hazte la víctima – le dije, y le di un beso en la mejilla antes de irme.
-¡Que sepas que tenía una cosa muy importante que contarte! – me gritó cuando estaba a punto de salir por la puerta.
-¡Hablamos el lunes, chica! – le dije, dándome la vuelta y lanzándole un guiño.
Estuve a punto de volverme a casa andando, como todos los días, pero recordé que había venido en el coche de Tania. Tanteé mi bolsillo derecho del pantalón para comprobar que las llaves seguían allí y me dirigí hasta el coche.
-Que gustazo volver a casa en coche. Andando hubiera tardado casi media hora – susurré para mi misma.
Al entrar en el coche y sentarme me di cuenta de que había un folio doblado en el asiento del copiloto. Intenté recordar si estaba allí cuando me senté al salir de casa, pero no recordaba ningún papel ahí. Lo cogí y vi que apenas había un número de teléfono apuntado en un borde del papel.
-Será de Tania – me dije, y arranqué.
¿Pero cómo ha llegado hasta ahí? me preguntó mi subconsciente.

7/8/12

Capítulo 4


Estoy viviendo (2)
Empezaba a dolerme la espalda demasiado, y empecé a moverme poco a poco hasta darme cuenta de que me había quedado durmiendo.
-Mierda – dije, levantándome del sofá -. ¿Pero qué me pasa hoy? No paro de dormir.
Me acerqué a la cocina, vi que no eran más de las cuatro y abrí la nevera para comer algo. Las llaves del coche de Tania estaban encima de la encimera. No había ninguna nota, así que supuse que habría llegado tarde y no había tenido tiempo para ducharse ni despertarme.
Calenté en un plato pequeño los macarrones que habían sobrado de la cena de ayer y me los comí todo lo rápido que pude. Tenía que abrir a las cuatro y media y quedaban 25 minutos para llegar tarde.
Me duché en diez minutos, cogí el delantal de la cafetería, las llaves de casa y las del coche de Tania.

-Por los pelos – dijo Irene, lanzándome un guiño. Sabía perfectamente a lo que se refería, así que le tiré un azucarillo a la espalda.
-Anda, cállate – dije riendo -. No quieras saber cuantas horas he dormido hoy, no sé que me pasa.
Irene no era una persona demasiado habladora, por lo que me mandó una medio sonrisa y entró en la cocina.
-Escucha, Ire – le dije un par de horas después. La cafetería estaba casi vacía, ni siquiera Tania había aparecido. Ella giró la cabeza como signo de que me escuchaba -. Antes te he dicho que últimamente duermo mucho. Lo que me extraña es que lo que sueño es demasiado… Lúcido. ¿Sabes? No es un sueño que se repite, ni muchos sueños juntos, es como una continuación. Esta noche he soñado una cosa extraña y, al volver a dormirme después, he seguido soñando lo mismo.
Ella se acercó a mi, curiosa, mientras se mordía el labio inferior. Solía hacerlo cuando algo le resultaba interesante.
-Bueno, te confieso que sólo he soñado dos veces con eso, pero sé que a ti te gusta lo referido a los sueños y…
Me callé porque presentí que iba a decir algo. Irene no es tímida, no es la vergüenza lo que le impide hablar. Ella sólo habla si hay necesidad y, si la interrumpes, lo más posible es que no termines de escuchar nunca lo que estaba diciendo. Por eso me parece tan raro que no esté incómoda trabajando en un sitio en el que no haces más que hablar, aunque nunca la he visto agobiada ni nada así.
-Quizás no es un sueño – dijo Irene, y se quedó callada. Si hubiera sido cualquier otra persona le hubiera preguntado varias cosas, porque me sentía bastante confusa en ese momento, pero sabía que si le preguntaba a Irene, no volvería a hablar. Transcurrieron casi cinco minutos hasta que se decidió a hablar-. Si es tan lúcido como piensas, y es algo que continua a pesar de que te despiertes, igual es un recuerdo. O una premonición, pero hay gente que no cree en esas cosas.
Tenía la impresión de que seguiría hablando, y creo que lo hubiera hecho, pero Tania apareció por la puerta de la cafetería. Estaba cogida a la mano de Mario, y me lanzó un beso antes de sentarse.
-Lo siento, Irene, pero le debo un café a Tania. Seguimos hablando de esto otro día, ¿vale? – ella esbozó su media sonrisa mientras cerraba los ojos, lo que supuse que era un signo de aprobación.
Me quedé quieta un instante y me dirigí hacia la mesa de Tania.
-¿Qué le pongo, madmoiselle? – pregunté, bajando la vista hacia mi libreta.
-¿Tienes limonada? A Mario  y a mi nos apetece algo fresquito – dijo Tania, y empezó a soltar una risita tonta. Se ponía realmente insoportable cuando estaba con ese chico.
-Sí, creo que queda algo. ¿Grande o pequeña?
-Trae una grande, con dos pajitas.
La situación me superaba, pero ella me había prestado el coche, así que les dediqué una sonrisa.
-Bien sûr – dije, y me di la vuelta.