31/7/12

Capítulo 3


Estoy soñando (1)
-Sé que ahora te sientes confusa. En realidad, no puedo saberlo, porque no puedo ver tu rostro. Me gustaría poder hacerlo, pero me situaría justo enfrente tuya y eso implicaría descubrir el color de la nada, así que terminaría desapareciendo. Encantado, llevo aquí… Bueno, es difícil contarlo.
La voz era ágil, pero quien hablaba debía de ser una persona demasiado insegura. Razonaba casi instintivamente, como si necesitase tenerlo todo atado, y eso es de personas inseguras. Provenía de mi derecha, y el sonido era como… hueco.
El sol volvía a alzarse con poca intensidad a escasos metros por encima del mar de tinta. Volvía a estar donde hace unas horas, sin el más mínimo cambio. La mano tampoco parecía haber cambiado de postura, y el prado negro seguía moviéndose como si fuera demasiado pesado.
-Yo de ti no lo haría – susurró una voz a mi izquierda. Estuve a punto de girarme, pero algo me lo impidió. Creo que fue mi subconsciente porque, de haberlo hecho, hubiera desaparecido -, y tampoco me giraría para conocer lo que hay alrededor.
-¿A qué te refieres? ¿Qué no harías? – mientras preguntaba, intenté alzar mi brazo derecho. Después de intentarlo varias veces, me di por vencida. Mi cuerpo parecía no dar señales, ni siquiera sabia de verdad si estaba en él, pero no quería arriesgarme y comprobarlo.
-No intentaría avanzar hacia delante. Cada paso que des, es un paso menos de terreno visible. No podrás retroceder, ni siquiera de espaldas – la voz hablaba con lentitud, casi con dificultad. Pero, por otra parte, parecía como si ya hubiese contado esa historia muchas más veces -. Demasiados idiotas, psicóticos y soñadores han salido corriendo nada más llegar. Al principio se lo pasan bien, se vuelven unos curiosos al descubrir la presión del agua y el por qué aquellos campos de trigo hacen ese ruido tan pastoso. Algunos hasta se ríen, creyendo que podrán darse la vuelta y salir intactos pero… Los que más pena me dan son los niños pequeños.
Ruido pastoso, exacto. ¿Quién no quería descubrir por qué suenan así? ¿Quién no querría probar aquel agua? Desde luego, yo sí quería. Estuve apunto de salir corriendo, ignorar a todos y cada uno de mis instintos, pero me contuve. La curiosidad no sobrepasaba mi miedo.
-¿Pero qué? ¿Qué pasa cuando se dan la vuelta?                                         
Percibí una suave risa, lo que hizo que me sintiera aún más insegura.
-Enhorabuena, chica, muchos de los que consiguen contenerse hasta esta charla ya estarían corriendo sin parar – su voz empezaba a sonar menos monótona, parecía que empezase a prestarme atención-. No son demasiados los que me preguntan, así que agradezco tu compañía.
Calló unos segundos (o cualquier unidad de tiempo que se emplease en ese sitio), y me pareció que estaba llorando.
-Ellos… - empezó diciendo-. Ellos se divierten, investigan hasta quedarse satisfechos, hasta que su instinto les obliga a dar la vuelta y… Se giran. Y sus caras se descomponen. Sus ojos se abren más de lo que he visto nunca a nadie hacerlo, su boca se junta hasta formar una O y en sus mejillas se aprecia como están apretando con más fuerza de la que son capaz los dientes. Es como si vieran algo espantoso, pero luego ríen. Ríen con dulzura, y de sus labios salen palabras simples “que… color”. Y entonces… Entonces desaparecen.
>>Con cada uno es diferente, cada uno sufre de una manera distinta. Algunos chillan hasta quedarse mudos, otros cierran los ojos con rabia y otros intentan volver a darse la vuelta. Pero, al final, todos terminan rindiéndose. Sus caras pasan del más horrible sufrimiento a la mejor sonrisa que poseen. Y otra vez vuelve a parecer que disfrutan. Muchos intentan acariciar algo que no está a su alcance, mientras que halagan el color de la nada. Y, plaf, se han ido. Sin darte tiempo a preguntarte siquiera si volverán a pasarlo tan mal o de qué color es la nada.
-Suena… Cruel.
-Así es, pero todavía no he descubierto la manera de salir de aquí ileso.
De repente, mi brazo se elevó con fuerza hasta por encima de mis hombros, y me sobresalté tanto del susto que casi salgo corriendo.
-¿Pero que…? ¿¡Pero qué coño pasa aquí!? – grité con fuerza, con casi tanta fuerza que volví a asustarme a mi misma, e intenté bajar el brazo. Empezaba a hacerme daño, pero el brazo cayó como un peso muerto hasta darme en la cadera. Iba a girarme hacia la voz de mi izquierda, pero volví a frenarme. Me relajé y me di cuenta que llevaba varios segundos escuchando una carcajada proveniente de mi fuente de información.
-¿¡De qué coño te ríes!? ¿Qué mierda de lugar es este? – empezaba a comportarme como una loca, intentando volver a alzar mi brazo si resultados - ¿Por qué se levanta solo? ¿Qué se supone que esta poseyendo mi cuerpo que ni siquiera me deja levantar mi propio brazo? ¿Y por qué no me posee la mente y sí el cuerpo?
Intenté arrodillarme o encogerme de hombros (dos de las pocas acciones que no implicaban girarse o alejarse del lugar de origen), pero tampoco lo conseguí. La voz de mi izquierda paró de reírse y comenzó a decir algo ininteligible.
-¿Qué estás diciendo? – le dije intentando calmarme.
-Decía que iba a contarte por qué creo que nadie puede atravesar la valla pero… Veo que tienes algo más importante que descubrir por ti sola.
-Y una mierda, explícame ahora mismo que coño significa esto – volví a ponerme demasiado nerviosa, pero seguía controlando mis ganas de girarme hacia él.
-Está bien, está bien, no te sobreexcites – hablaba con voz calmada, lo que me hizo enfurecer pero calmarme un poco-.  ¿Cuánto tiempo crees que llevamos hablando?
-¿Y a mi qué me importa eso ahora? ¡Te estoy hablando de mi cuerpo y porque no pued…!
-Calma, chica, calma. Te he dicho que te tranquilices, sino no puedo explicártelo bien.
-Vale… Perdona – dije, respirando hondo -. Pues, no sé, no más de diez minutos ¿no?
El idiota de mi izquierda volvió a reírse, lo que me hizo volver a enfurecer.
-Lo siento, chica, perdona, pero hacia mucho tiempo que no mantenía esta conversación con nadie. Tiempo, que curioso – volvió a parar unos segundos, como si le costase hablar -. Verás, lo que a ti te parecerán diez o casi quince minutos hablando, en realidad ha sido lo que tu cuerpo tarda en dirigir una orden. Me refiero, ¿cuánto tiempo tardas normalmente en mover tu mano si acabas de pensar en moverla?
-Pues… Menos de la mitad de un segundo, supongo – empezaba a comprender, aunque lo veía un poco espeso.
-Exacto. Aquí, el tiempo es algo relativo. A tu cuerpo le costará un “tiempo” acostumbrarse a esto, pero mientras tanto, tardarás casi cinco minutos en procesar una orden y otros cinco minutos en dirigirla. Básicamente, que si quisieras saludar a alguien en este mundo, para cuando tu mano decide ejecutar esa acción, esa persona ya habría llegado a su casa.
Volvió a reírse con su propio chiste, y yo me callé, intentando procesar todo eso.
-Entonces… ¿Cuánto tiempo llevo aquí? – pregunté.
-¿Aquí? Creo recordar que dos ventiscas del prado, lo que supongo que equivaldrán a dos horas. ¿En la vida real? Si estoy en lo cierto, menos de medio minuto.
Volví a callar unos segundos (o minutos, o horas, o lo que fuesen).
-Y tú… ¿Tú cuanto tiempo llevas aquí?
Él volvió a reír y me contestó con voz dulce, muy dulce: Demasiado.

30/7/12

Capítulo 2


Estoy razonando (1)
Fin del mundo, vaya. ¿De dónde me he sacado eso? Creo que me han comido demasiado la cabeza las noticias y los foros de internet. Pero me suena demasiado, y no sé por qué pero lo asocio al color amarillo.
Amarillo. ¡Como mi sueño! Iba sobre el deshielo, ¿verdad? Un deshielo amarillo porque había mucho sol… No, no era eso. No me acuerdo.
Amarillo, amarillo… El sol es amarillo, pero… Pero no era del todo amarillo, era un sol enorme. Joder, el sol. Y aquel mar tan enorme, y el prado negro. Y la mano gigante que agarraba el sol. Y esa voz…  una vez que descubras de qué color está hecha… ¿De qué color está hecha la qué? Pues amarillo, supongo, jajaja. ¿No? Porque todo era amarillo, dudo que hubiera otra cosa que no lo fuese. O negro, quizás era negro… todo se convertirá en nada… En nada... La nada. De qué color está hecha la nada… Menuda pregunta, blanca. O negra. O azul marino, pero no puede ser un color intenso. Debería ser negra, porque el negro es la ausencia de color, y en la nada no hay nada, ni siquiera color. O quizás sea blanca, porque al absorberlo todo, todos los colores… Bueno, ya sabes. O quizás no te da tiempo a descubrir de qué color es. ¿Te imaginas? Te das la vuelta para descubrirlo y ¡zas! Todo desaparece. Sería horrible…
Joder, miedo el sueño, ¿no? Pero no recuerdo haberme despertado porque fuese una pesadilla, ¿por qué? Supongo que no lo sería, pero visto ahora, estando despierta… ¿Quién querría estar en un mundo amarillo y sucio? Con plantas negras, una mano gigante… Y sin poder darte la vuelta porque detrás no hay nada y la nada… te come. Quizás no me desperté porque no me di la vuelta. O quién sabe, en aquel momento no tenía miedo. Debo admitir que era un sueño alucinante. Como me gustaría haber podido echar una foto de la mago agarrando el sol… Hubiera sido una foto estupenda.
Y la valla. Detrás de ella están todo cuanto amas, está la vida… Todo cuanto amo, la vida. Amar y vida en una misma frase, que miedo. Y si detrás de la valla está la vida… ¿Ahí estaba la muerte? Pues no tenía ni idea de que la muerte fuera amarilla, jajaja.
O sea que estaba de verdad en el fin del mundo, pero no del planeta, de mi mundo. Que curioso. ¿Y por qué no se puede cruzar la valla? Me refiero… Se supone que no puedes cruzar la valla porque detrás está la vida y tú, supuestamente, estás muerto. O no, quizás estás en coma o apunto de nacer, quién sabe. Pero… ¿Hay alguna fuerza sobrenatural que te lo impida? Aquella valla apenas eran trozos grandes de madera clavados al suelo…
Ay, qué mas da, era sólo un sueño… No sé por qué me interesa tanto.
Pero estaría bien descubrirlo.

24/7/12

Capítulo 1


Estoy viviendo (1)

La  almohada estaba algo húmeda, lo que me provocó un ligero gesto de asco al levantarme. No podían ser más de las siete y media, porque hubiera escuchado a Tania levantarse. O más de las 10, porque ella misma me hubiera despertado. Me levanté con un cansancio excesivo, cosa que me resultó algo extraña.
-Hmmm, ¿Tania? – pregunté, con voz ronca.
Abrí la puerta de la habitación con demasiada fuerza, y la luz del exterior me cegó. La habitación quedó un poco iluminada y avancé despacio hasta la cama de Tania. La cama estaba desecha y su pijama estaba sobre las sábanas.
-Tania – repetí.
Salí de la habitación y un dolor de cabeza me inundó de tal manera que tuve que pararme unos segundos para que se me pasara. La puerta del baño de enfrente esta entreabierta, así que camine  lentamente por el pasillo hasta la cocina. La coleta alta de Tania estaba sentada en la mesa de la cocina. Me refiero a Tania, Tania estaba sentada en la mesa de la cocina. Tenia la cabeza casi metida en el ordenador, y una taza de café llena hasta rebosar estaba peligrosamente al lado del teclado.
Me senté enfrente suya, cosa que no pareció alterarla en absoluto, e intenté llamar su atención con un carraspeo.
-¿Te lo vas a beber? – dije, ya que no había forma de que me prestara atención.
Despegó con sorpresa sus ojos del ordenador y los posó en mi frente.
-Oh, Grace, ¡estás sangrando! – dijo casi chillando. Me asusté un poco y puse mi mano derecha sobre la frente para recoger con el dedo el rastro de sangre. Al bajar el dedo para poder verlo, no había nada.
-¿Dónde? – pregunté, más alterada aún. Empecé a frotarme la frente con ansiedad.
-Oh, jajaja, que bueno. Tranquila, Grace, no era nada, llevo demasiado frente al ordenador – dijo entre risas.
-Joder Tania, te juro que un día te mato. De verdad que me has asustado – solté un resoplido y me acerqué arrastrando los pies hasta la cafetera. - ¿En serio? ¿No has dejado ni una sola gota de café para mi?
Tania seguía inmensa en su trabajo, así que tuve que acercarme a su oído y repetírselo para que me contestase.
-Ah, pues claro que sí, pero he terminado echándomelo. Pensé que estabas demasiado cansada porque es casi la una y no te habías despertado. Y como me apetecía más café pues he dicho me lo echo y cuando se despier…
-¿Más de la una? – le interrumpí con fuerza y me giré bruscamente hasta donde estaba el reloj de pared.
-Casi la una, si no te hubiera respondido. Digo, despertado. De verdad que necesito un descanso – se echó el flequillo hacia atrás y se levantó de la silla.
Eran las doce y media pasadas, cosa que me asombró en exceso.
-Pero, ¿a qué hora me acosté ayer? – le pregunté sin dejar de mirar el reloj.
-Que yo recuerde, a ninguna – dijo, y volvió a reírse-. Me refiero a que me acosté a las 11 y a las 11 y un minuto estaba sobando. Pero me dijiste que estabas algo cansada, ¿no?
Asentí con la cabeza y alejé mi vista del reloj para centrarme en preparar más café, aunque no me apeteciera mucho.
-Ah, pero ayer pusieron ese programa que tanto te gusta y te quedaste a verlo, o eso me dijiste. Y termina muy tarde normalmente – Tania razonaba en voz alta mientras sacaba algo de pan y queso para comer -. ¿Cómo se llama? Punto del mundo o algo así. O acabose del planeta.
Ella volvió a reírse mientras se metía un gran trozo de queso en la boca, lo que hizo que yo intentase reprimir una sonrisa y terminara riéndome con ella.
-No, en serio, ese que ponen todos los viernes, ¿no te acuerdas? – preguntó, sacando más queso de la nevera.
-Vas a acabar con el queso, Tania. Pareces una depredadora, coño – le dije, y le quité un trozo para metérmelo en la boca –. Y sí, sé cuál dices, pero no me acuerdo del nombre.
-Ah, ¡creo que ya me acuerdo! Deshielo del planeta – dijo satisfecha y me guiñó un ojo.
-Pero no seas burra, mujer. Fin del mundo, se llama Fin del mundo.
- ¿En serio? Pues que desilusión, me habría quedado a verlo la semana que viene si fuese de deshielos. Pero a mi no me van las cosas de los Mayas – dijo Tania mientras guardaba un trozo de pan mordido.
-Asquerosa, ¡no pongas ese trozo de pan mordido ahí! O te lo comes o lo tiras, guarra – dije, con una mueca en la boca-. A veces pareces una cría. Y que sepas que el programa sí que va sobre deshielos.
-¡Y tú una tiquismiquis! Si sólo yo como de ese pan – me dijo sin prestar mucha atención-. ¿Y por qué se llama Fin del mundo si no va sobre mayas?
-Porque no se llama así – contesté en un suspiro.
Miré hacia abajo y me di cuenta de que llevaba sosteniendo una taza bastante rato con fuerza, así que la dejé encima de la encimera. Al dejar de apretar con fuerza la taza, mi mano se entumeció un poco y tuve que moverla. Tania se dio la vuelta y me miró con rareza.
-Grace, ¿estás bien? – dijo, y me cogió de las manos. No solía tocarme con demasiada frecuencia, así que aparté instintivamente las manos. Ella resopló y cerró los ojos-. Como quieras.
Tenía la impresión de que se había enfadado, pero no tuve las agallas para abrir la boca y preguntarle.
-Escucha, tengo que salir un momento. Voy a por el coche al taller y quizás vuelva para ducharme o cambiarme, pero a las dos y media tengo una comida – se dio la vuelta y estaba hablando mientras apagaba el ordenador y lo metía en su bolso -. Tú tienes que trabajar hoy, ¿no? No hace falta que cojas el bus, voy a ir a la comida andando así que si quieres puedes coger mi coche.
Grace trabajaba en una página web. La diseñaba, contestaba los emails y se encargaba de la publicidad. Cada cierto tiempo invitaba a comer a publicistas y  bloggeros famosos, pero la mayor parte del tiempo se la pasaba en casa, en frente del ordenador. En frente de los ordenadores, mejor dicho.
Y yo… Bueno, yo había estudiado lo mismo que ella. Habíamos ido juntas a la Universidad, y llevábamos viviendo en aquel diminuto piso desde hace un año, cuando empezó a costarme conseguir dinero. Ella había conseguido trabajo fácilmente con apenas 25 años, y yo había ido de oficina en oficina. Ahora,  unos tres años después, yo trabajaba en una cafetería todas las tardes y ella ganaba casi 15.000 euros al año.
-¿Tu coche? ¿Estás segura? – pregunté. Ella asintió mientras se metía las llaves de casa en el bolsillo -. ¡Genial! Muchas gracias, si te pasas esta tarde te invito a lo que quieras.
Tania había abierto la puerta, pero se paro un segundo y se giró hacia mi.
-¿También si traigo compañía? – preguntó, con una sonrisa picarona.
-¿Mario? Está bien, pero sin coche no hay trato.
-Eso está hecho, amiga – cerró la puerta con suavidad y oí como gritaba dentro del ascensor “¡Cerveza graaatis!”, lo que hizo que empezase a cuestionarme coger o no el bus.

23/7/12

Prólogo


El cielo estaba cubierto de un amarillo brillante y sucio. Puede que las nubes existieran, pero era imposible verlas. El sol, 20 veces más grande de lo normal, con un brillo tan apagado que apenas conseguía un claro reflejo, se asentaba a no más de 3 metros del final del cielo. A la derecha podías ver como cientos de kilómetros de un prado negro se extendían encima de un suelo de tierra amarillenta. Los cultivos no se mecían, simplemente expulsaban un ruido opaco, como si no fuera aire lo que los estuviera rozando. Los colores naturales habían tomado otro camino, convirtiéndose en amarillos apagados, brillantes, sucios, o en negros claros y mates. El rojo no parecía tener un lugar ahí, por no hablar del azul turquesa, verde prado y un sinfín de colores vivos. Parecía que todo lo referido a la vida se hubiese extinguido de un soplido. Justo a la izquierda de aquel prado, un océano que antes había sido azul, pero que ahora estaba coloreado de tinta negra apenas transparente, lo inundaba todo. Tan sólo una mano de piedra grisácea, con cuatro dedos extendidos y el pulgar alzándose hacia arriba, asomaba por encima del agua, como si llevara años ahogándose. Era asombroso colocarse en el lugar preciso, en el que podías imaginar como aquella mano de piedra agarraba con fuerza un sol que apenas emitía calor.
-No intentes cruzar esa valla. No lo hagas.
Aquel lugar estaba colmado de incertidumbre, pero era algo que no parecía ser prioritario. Todo era tan absorbente que lo último que hubiera pasado por la cabeza de una persona era preguntarse dónde y por qué estaba allí. Cualquier ser vivo hubiera querido quedar hundido varios metros por debajo de aquella tinta negra que se asemejaba a un océano, poder correr con libertad por aquel prado oscuro y ruidoso y acariciar aquel gigantesco sol que intentaba iluminar la tierra.
-A la derecha, más allá de las espinas negras. Allí está la valla. No la cruces.
El aire estaba cargado de una humedad demasiado pesada, demasiado oscura, pero no era incómoda. Quizás no fuera aire, quizás no fuera humedad, pero no habían otras palabras que pudieran explicarlo mejor. No había corrientes provenientes de las olas del océano, porque no había marea. Y si la marea era inexistente, probablemente eso significaría que no había espacio en aquel amarillento cielo para una luna.
-Aquí termina todo, pero detrás de la valla empieza. No intentes mirar tras ella, tampoco intentes darte la vuelta. Tras tu espalda se alza la nada, y una vez que descubras de qué color está hecha, todo se convertirá en nada.
Y si no había luna, no había estrellas. No había tiempo para que el sol se ocultase, porque no había tiempo. Los movimientos del océano eran lentos, casi como si estuviera cansado. El prado tampoco se movía con fuerza, y el sol no parecía tener ganas de ocultarse bajo las aguas.
-La valla es algo que nos separa, ¿entiendes? Detrás de ella están todo cuanto amas, está la vida, pero no puedes atravesarla. Créeme, no puedes.
¿Y por qué? ¿Por qué nada se movía? La Tierra parecía haberse dormido de golpe, la vida se iba esfumando de todo. El sol no calentaba, el viento no enfriaba, y la noche no llegaba. ¿Qué era aquello? ¿Un infierno infinito?
-Puedes luchar el tiempo que quieras contra esta situación, puedes intentar atravesar cuantas veces quieras aquella valla, pero lo que tendrás que terminar haciendo es darte la vuelta. Pero piénsatelo bien antes de rendirte, allí atrás no hay nada. Absolutamente nada.