Estoy
soñando (1)
-Sé que ahora te sientes confusa. En realidad, no puedo
saberlo, porque no puedo ver tu rostro. Me gustaría poder hacerlo, pero me
situaría justo enfrente tuya y eso implicaría descubrir el color de la nada,
así que terminaría desapareciendo. Encantado, llevo aquí… Bueno, es difícil
contarlo.
La voz era ágil, pero quien hablaba debía de ser una persona
demasiado insegura. Razonaba casi instintivamente, como si necesitase tenerlo
todo atado, y eso es de personas inseguras. Provenía de mi derecha, y el
sonido era como… hueco.
El sol volvía a alzarse con poca intensidad a escasos metros
por encima del mar de tinta. Volvía a estar donde hace unas horas, sin el más
mínimo cambio. La mano tampoco parecía haber cambiado de postura, y el prado
negro seguía moviéndose como si fuera demasiado pesado.
-Yo de ti no lo haría – susurró una voz a mi izquierda.
Estuve a punto de girarme, pero algo me lo impidió. Creo que fue mi
subconsciente porque, de haberlo hecho, hubiera desaparecido -, y tampoco me
giraría para conocer lo que hay alrededor.
-¿A qué te refieres? ¿Qué no harías? – mientras preguntaba,
intenté alzar mi brazo derecho. Después de intentarlo varias veces, me di por
vencida. Mi cuerpo parecía no dar señales, ni siquiera sabia de verdad si
estaba en él, pero no quería arriesgarme y comprobarlo.
-No intentaría avanzar hacia delante. Cada paso que des, es
un paso menos de terreno visible. No podrás retroceder, ni siquiera de espaldas
– la voz hablaba con lentitud, casi con dificultad. Pero, por otra parte,
parecía como si ya hubiese contado esa historia muchas más veces -. Demasiados
idiotas, psicóticos y soñadores han salido corriendo nada más llegar. Al
principio se lo pasan bien, se vuelven unos curiosos al descubrir la presión
del agua y el por qué aquellos campos de trigo hacen ese ruido tan pastoso.
Algunos hasta se ríen, creyendo que podrán darse la vuelta y salir intactos
pero… Los que más pena me dan son los niños pequeños.
Ruido pastoso, exacto. ¿Quién no quería descubrir por qué
suenan así? ¿Quién no querría probar aquel agua? Desde luego, yo sí quería.
Estuve apunto de salir corriendo, ignorar a todos y cada uno de mis instintos,
pero me contuve. La curiosidad no sobrepasaba mi miedo.
-¿Pero qué? ¿Qué pasa cuando se dan
la vuelta?
Percibí una suave risa, lo que hizo que me sintiera aún más
insegura.
-Enhorabuena, chica, muchos de los que consiguen contenerse
hasta esta charla ya estarían corriendo sin parar – su voz empezaba a sonar
menos monótona, parecía que empezase a prestarme atención-. No son demasiados
los que me preguntan, así que agradezco tu compañía.
Calló unos segundos (o cualquier unidad de tiempo que se
emplease en ese sitio), y me pareció que estaba llorando.
-Ellos… - empezó diciendo-. Ellos se divierten, investigan hasta
quedarse satisfechos, hasta que su instinto les obliga a dar la vuelta y… Se
giran. Y sus caras se descomponen. Sus ojos se abren más de lo que he visto
nunca a nadie hacerlo, su boca se junta hasta formar una O y en sus mejillas se
aprecia como están apretando con más fuerza de la que son capaz los dientes. Es
como si vieran algo espantoso, pero luego ríen. Ríen con dulzura, y de sus
labios salen palabras simples “que…
color”. Y entonces… Entonces desaparecen.
>>Con cada uno es diferente, cada uno sufre de una
manera distinta. Algunos chillan hasta quedarse mudos, otros cierran los ojos
con rabia y otros intentan volver a darse la vuelta. Pero, al final, todos
terminan rindiéndose. Sus caras pasan del más horrible sufrimiento a la mejor
sonrisa que poseen. Y otra vez vuelve a parecer que disfrutan. Muchos intentan
acariciar algo que no está a su alcance, mientras que halagan el color de la
nada. Y, plaf, se han ido. Sin darte tiempo a preguntarte siquiera si volverán
a pasarlo tan mal o de qué color es la nada.
-Suena… Cruel.
-Así es, pero todavía no he descubierto la manera de salir de
aquí ileso.
De repente, mi brazo se elevó con fuerza hasta por encima de
mis hombros, y me sobresalté tanto del susto que casi salgo corriendo.
-¿Pero que…? ¿¡Pero qué coño pasa aquí!? – grité con fuerza,
con casi tanta fuerza que volví a asustarme a mi misma, e intenté bajar el
brazo. Empezaba a hacerme daño, pero el brazo cayó como un peso muerto hasta
darme en la cadera. Iba a girarme hacia la voz de mi izquierda, pero volví a
frenarme. Me relajé y me di cuenta que llevaba varios segundos escuchando una
carcajada proveniente de mi fuente de información.
-¿¡De qué coño te ríes!? ¿Qué mierda de lugar es este? –
empezaba a comportarme como una loca, intentando volver a alzar mi brazo si
resultados - ¿Por qué se levanta solo? ¿Qué se supone que esta poseyendo mi
cuerpo que ni siquiera me deja levantar mi propio brazo? ¿Y por qué no me posee
la mente y sí el cuerpo?
Intenté arrodillarme o encogerme de hombros (dos de las pocas
acciones que no implicaban girarse o alejarse del lugar de origen), pero
tampoco lo conseguí. La voz de mi izquierda paró de reírse y comenzó a decir
algo ininteligible.
-¿Qué estás diciendo? – le dije intentando calmarme.
-Decía que iba a contarte por qué creo que nadie puede
atravesar la valla pero… Veo que tienes algo más importante que descubrir por
ti sola.
-Y una mierda, explícame ahora mismo que coño significa esto
– volví a ponerme demasiado nerviosa, pero seguía controlando mis ganas de
girarme hacia él.
-Está bien, está bien, no te sobreexcites – hablaba con voz
calmada, lo que me hizo enfurecer pero calmarme un poco-. ¿Cuánto tiempo crees que llevamos hablando?
-¿Y a mi qué me importa eso ahora? ¡Te estoy hablando de mi
cuerpo y porque no pued…!
-Calma, chica, calma. Te he dicho que te tranquilices, sino
no puedo explicártelo bien.
-Vale… Perdona – dije, respirando hondo -. Pues, no sé, no
más de diez minutos ¿no?
El idiota de mi izquierda volvió a reírse, lo que me hizo
volver a enfurecer.
-Lo siento, chica, perdona, pero hacia mucho tiempo que no
mantenía esta conversación con nadie. Tiempo, que curioso – volvió a parar unos
segundos, como si le costase hablar -. Verás, lo que a ti te parecerán diez o
casi quince minutos hablando, en realidad ha sido lo que tu cuerpo tarda en
dirigir una orden. Me refiero, ¿cuánto tiempo tardas normalmente en mover tu
mano si acabas de pensar en moverla?
-Pues… Menos de la mitad de un segundo, supongo – empezaba a
comprender, aunque lo veía un poco espeso.
-Exacto. Aquí, el tiempo es algo relativo. A tu cuerpo le
costará un “tiempo” acostumbrarse a esto, pero mientras tanto, tardarás casi cinco
minutos en procesar una orden y otros cinco minutos en dirigirla. Básicamente,
que si quisieras saludar a alguien en este mundo, para cuando tu mano decide
ejecutar esa acción, esa persona ya habría llegado a su casa.
Volvió a reírse con su propio chiste, y yo me callé,
intentando procesar todo eso.
-Entonces… ¿Cuánto tiempo llevo aquí? – pregunté.
-¿Aquí? Creo recordar que dos ventiscas del prado, lo que
supongo que equivaldrán a dos horas. ¿En la vida real? Si estoy en lo cierto,
menos de medio minuto.
Volví a callar unos segundos (o minutos, o horas, o lo que
fuesen).
-Y tú… ¿Tú cuanto tiempo llevas aquí?
Él volvió a reír y me contestó con voz dulce, muy dulce:
Demasiado.